En el L Aniversario de la Coronación: Los méritos del Rey Emérito

Cuando se cumplen cincuenta años de la entrega oficial de la Jefatura del Estado y la Coronación de Don Juan Carlos de Borbón como Juan Carlos I, rey de España, la celebración del L aniversario de su coronación en el Palacio Real, presidida por su hijo y sucesor, SM Felipe VI, ha sido en sí misma la mejor presentación del éxito de su obra como máximo representante de la Nación en la etapa tan decisiva de la historia de nuestro país en que le tocó reinar.

La ceremonia, que ha transcurrido con normalidad española, o sea sin exhibicionismos aunque con un toque de esplendor, ha contado con la presencia de tres de los llamados ‘Padres de la Constitución’, Felipe González, Roca Junyent y Miguel Herrero de Miñón que, junto a la reina Doña Sofía, han recibido de Felipe VI la máxima condecoración española, el Toisón de Oro.

Disfrutemos mientras podamos de la presencia viva y real de estas tres figuras históricas de la transición, cuatro, si sumamos a la reina Sofía, que cumplieron magníficamente con su papel de protectores de la democracia, cada uno desde su territorio ideológico y político pero siempre preocupados por armonizar sus preferencias con el bien superior de la libertad de todos los españoles, el bienestar general y el fortalecimiento del nuevo Estado.

El primer presidente de la democracia, Adolfo Suárez, se salvó de un destino similar al de Prim, Dato o Canalejas por la amistad y el apoyo incondicional que le prestó siempre el rey Juan Carlos I.

¿Lo habían pensado alguna vez? ¿Habían caído en la cuenta de que lo más eficaz para la estrategia golpista de lo que llamábamos el búnker, mas que las matanzas de abogados, los asesinatos de manifestantes y los golpes de Estado, hubiera sido desvivir a Adolfo Suárez? Una ráfaga de Marietta y bye, bye, transición.

Pero nadie se atrevió nunca. Aquellos años de tremenda tensión histórica entre los españoles que empujaban en la dirección de la nueva España y la concentración de fuerzas ultrarreaccionarias que no se apeaban del franquismo no rompió por el lado más débil, el del pueblo, por la inteligencia y el valor del recién coronado rey, que supo impulsar la transición sin provocar la insurrección general de lo que llamábamos el búnker

No debió ser fácil para el joven rey. Juan Carlos I fue el dique de contención en España de las extremadamente violentas tramas negras italianas vinculadas a la Operación Gladio, la logia P-2 y la ultraderecha italiana. Juan Carlos actuó durante todo su mandato actuó como prometió en el acto de su coronación: ser rey de todos los españoles.

Menuda novedad, pensé cuando escuché al nuevo Jefe del Estado, nada menos, reconocer, en las Cortes, que sabía que en España había otros tipos de ciudadanos que para él tendrían el valor como súbditos y, por lo tanto, los mismos derechos que los españoles de siempre. Quiero decir, los buenos españoles de siempre, los verdaderos. Me quedé de piedra. Recuerdo que me dije a mí mismo «esto es importante, veremos a ver, pero esto es verdadetamente nuevo». que no me lo esperaba.

En ese momento fuimos muchos los que comprendimos que, viniera de donde viniera, el nuevo jefe del Estado había roto con el franquismo. Rey de todos los españoles, nada menos. Esa frase valía por una constitución porque hasta entonces ningún español había vivido con un jefe del Estado tan suyo como de su enemigo. Y por eso, ese momento cerró para siempre el negro capítulo de la peor guerra posible.

Rey de todos los españoles. Incluidos los chicos de HB del parlamento de Gernika, aquellos que quisieron humillarle. Igual que su hijo cincuenta años después, en Paiporta, PORCIERTO.

Enseguida nos vimos reconducidos a la crispación. Quizás sólo eran palabras. No podíamos fiarnos. Enero del 76 fue un mes sangriento en España.

De todo esto también me comprometo a hablar aquí y aportar desarrollar algún enfoque nuevo, PORCIERTO que sí.

Pero en cualquier caso el rey emérito, el rey hoy exiliado demostró nuevamente su valor -me refiero a su valor político, no solo su valor físico- con el discurso que paró el golpe del 23F, cuando el Congreso fue ocupado durate toda una noche por el teniente coronel Tejero y sus guardias civiles beodos y con el dedo en el gatillo.

Por su parte, Milans del Bosch había decretado el toque de queda y sacado los tanques a la calle. Todos los valencianos habían sido confinados y los partidos y sindicatos, suspendidos por orden del nuevo gobierno provisional militar, por supuesto.

Un tanque apuntaba al balcón de la casa de José Antonio Vidal, un veterano ex-miembro del FRAP valenciano, gran persona y amigo, que nos contaba por teléfono como iba la cosa en Valencia a un grupo de ex compañeros. Estábamos reunidos en la casa madrileña de Ángel López, desde poco después del golpe. Fernando Serrano, que luego lideraría durante años la rama más obrera de CCOO, Antonio Piera, Ángel López y yo habíamos salido a la calle pocos minutos después de conocer la noticia de los disparos en el Congreso.  Se nos unieron Vicente Pérez Plaza, Vicente Garcés, Florenci Clavé, el famoso dibujante de las masas obreras estilo realismo socialista, que se encargaba de ilustrar el Vanguardia Obrera, Rafael Blasco, que años después se haría famoso primero en el PSOE y luego en el PP.

Aquella tarde, cuando Antonio Tejero Molina entró en el Congreso y se lió a tiros, yo estaba en la redacción de Interviú de la calle Potosí. Teníamos la radio puesta y se escuchaban las monótonas llamadas a los diputados para preguntarles el sentido de su voto y sonoros o desganados síes o noes de la votación nominal sobre la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, candidato de UCD tras la dimisión de Adolfo Suárez. De pronto alguien de la redacción pidió silencio y al momento empezaron a sonar las ráfagas, primero uno o dos disparos y luego ya las ráfagas arreciando. Silencio, sorpresa. Un colega de otra de las revistas del Grupo Z con las que compartíamos edificio, entró en nuestra redacción con un cartel y una tijeras. Decía «Se corta el pelo. Se afeitan barbas. 100 pesetas». Subí a la puerta de la calle y ví a Fernando Abizanda, uno de los fotógrafos fundadores de la revista, descender corriendo la cuesta de Potosí mientras gritaba «¡están matando a los diputados, están matando a los diputados!».

Nos había llegado un recado de Comisiones Obreras sobre los preparativos de la huelga general  necesitaban ayuda para organizarla y llamaban a la gente a acudir a los bares de alrededor de la sede de CCOO de Madrid. No había pasado ni una hora del golpe y aquellas CCOO ya estaban organizando su respuesta.

Nos dirigimos hacia Atocha y nos encontramos con grupos de trabajadores que estaban intercambiando instrucciones, citas, teléfonos. Hicimos lo propio y volvimos al piso de Ángel, que estaba por Quevedo. Donde permanecimos haciendo cábalas hasta que el hoy denostado rey emérito -denostado por los mismos que no han vivido nada, ni valoran nada, ni saben nada, ni respetan nada- apareció con su uniforme de súper-masca del Ejército, mandando callar a los civilones golpistas de Tejero el pistolero y a los tanquistas de Valencia y la Brunete.

Sí, tanquistas, pipiolos criticones, con sus tanques o carros de combate, que son unas máquinas enormes que tienen cañones por los que salen obuses HE (High Explosive) que te pulverizan el salón de tu casa y te dejan sin paredes, sentado en la mesa camilla con la cara llena de polvo, como si estuvieras en una película del gordo y el flaco.

Todos le agradecimos profundamente a Su Majestad su aparición en televisión. Por lo bajinis, por supuesto, porque había que ver como acababa todo aquello.

A la mañana siguiente, los guardias civiles huían del Congreso por las ventanas. Aquella defensa decidida del orden constitucional había frenado a los golpistas. Qué narices vienen ahora a contarnos con que si es un mal hombre o si ha trincado no sé cuantos millones de un reyezuelo árabe. A mí que me expliquen qué es peor, si partirse de risa con un señor que lleva una toalla en la cabeza y se empeña en regalarte 100 millones, o las travesuras multimillonarias durante tantos años, desde el caso Juan Guerra hasta la Gurtel, de tanto pater patriae.

Por eso, a todos aquellos que ahora, desde sus cuentas en X proclaman sus ocurrencias sobre la patria y la matria -es que da vergüenza ajena sólo escribirlo-, y reventar esto y aquello por aquí y por allá, mientras organizan kalimotxos revolucionarios en las facultades y confraternizan con los líderes sindicales, muy parias y mucho parias de la tierra, sí, de acuerdo, pero que los fondos europeos de cohesión, tal, les digo que se relajen y que nos dejen un poco en paz a los españoles, que sus banderas comunistas, republicanas con el huevo frito de los grapo o a pelo, palestinas del falso genocidio, no suman. Como lo demuestra el que Sumar, el partido que iba a sumar, cada día está más cerca no ya de restar, que eso ya lo hace, sino de multiplicarse por cero, como dice Bart Simpson.


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