Con humildad, como se corresponde con la modestia de este nuevo medio, pero también con claridad, el editor manifiesta que si bien el primer objetivo de PORCIERTO, al fin y al cabo un blog de autor, es apenas satisfacer cierta necesidad personal de escribir y publicar historias, será difícil que pueda evitar que se filtren sus preferencias personales ideológicas y políticas. Personales e intransferibles.
Preferencias nada estáticas, nada monolíticas, bastante dinámicas, en realidad. Como le sucede a la inmensa mayoría de los españoles, que surfean sobre las crispadas olas de la indignación extremista de tirios y troyanos con bastante tranquilidad e indiferencia. Porque la inmensa mayoría de los españoles no vive -no vivimos- del Estado. Antiguamente, a ese sector de la población se le llamaba la mayoría silenciosa.
La mayoría silenciosa no protagonizó las masivas manifestaciones que convocaban el PCE de Santiago Carrillo y más tarde las organizaciones encuadradas en la Coordinadora Democrática, la «Platajunta», que era la suma de la Plataforma de Organizaciones Democráticas del PSOE y las decenas de grupos de la extrema izquierda partidaria de la vía rupturista devaluada y la Junta Democrática, fruto de la alianza del citado PCE, la organización que dominaba la calle en toda España y personalidades independientes pero con mucha representatividad, como Rafael Calvo Serer, filósofo, ideólogo, miembro destacado del Opus Dei, Antonio García-Trevijano, el primer impulsor de la histórica alianza, coordinador, redactor de su manifiesto fundacional y firme partidario de la ruptura democrática con el franquismo. García Trevijano fue una figura intelectual y política inmensa que defendió la república democrática hasta el fin de sus días. Enrique Tierno Galván, doctor en Derecho y en Filosofía y Letras, catedrático, fundador del Partido Socialista Popular (PSP) o Partido Socialista del Interior, como se llamó brevemente, tras una entrevista en Francia con el secretario general del Partido Socialista Obrero Español (histórico) de la cual salió muy decepcionado. Tierno Galván fue otra de las enormes figuras intelectuales y políticas de aquella categoría de políticos e intelectuales que se incorporó a la Junta Democrática junto con el PSP. La Junta Democrática fue la plasmación práctica de la alianza entre la clase obrera (CCOO, el sindicato obrero realmente existente entonces) y los intelectuales que preconizó el PCE tras la denuncia del estalinismo durante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en 1956 y que para los comunistas españoles se tradujo en la adopción de la política de Reconciliación Nacional. Hay que decir que Santiago Carrillo tuvo el enorme mérito de haber elaborado y defendido esa política en 1954, al año siguiente de la muerte de Stalin, pero dos años antes del XX Congreso del PCUS, donde Nikita Jruschev presentó su famoso «informe secreto», que consistió en una dura y extensa denuncia de la dictadura estalinista.
Cuento todo esto para recordar a algunos críticos que lo que ellos llaman peyorativamente «el régimen de la Transición» no nació de una divertida confabulación de estudiantes en el bar de la facultad, sino que fue el fruto de más de dos décadas de acción política clandestina de grandísimas figuras de la intelectualidad, de la clase obrera -un recuerdo a Marcelino Camacho, sindicalista, más de veinte años de cárcel-, pero también del comunismo histórico más ortodoxo. No olvidaré la impresión que me produjo en mayo de 1975 cruzarme en los pasillos de Carabanchel con Francisco Romero Marín, miembro del Comité Ejecutivo del PCE, combatiente en la guerrra de España, teniente coronel del ejército soviético durante la Segunda Guerra Mundial, miembro del PCUS y del KGB, que salía de su celda con su mazo de libros, camino de la biblioteca de la cárcel. Años de cárcel. O Luis Lucio Lobato, Federico Melchor, Eugenio Triana, ingeniero industrial y miembro del Comité Ejecutivo, preso político asimismo. Y tantos y tantos otros que quedaron por el camino como Julián Grimau, fusilado en 1963 o Enrique Ruano, asesinado en la DGS.
Junto a estas notorias personalidades de la oposición antifranquista de los años sesenta y setenta pelearon en la calle, en las universidades y en las cárceles -y lo que es peor, en los calabozos de la siniestra Dirección General de Seguridad (DGS) de la Puerta del Sol- decenas de miles de luchadoras y luchadores anónimos, que acabaron llenando no sólo el Centro de Detención de Carabanchel o Yeserías, sino muchas otras prisiones en España.
Cuando pasados ya cuarenta y ocho años de la celebración de las primeras elecciones y cuarenta y siete de la aprobación de la Constitución que consolidó la victoria del pueblo sobre el franquismo, el cuñadismo del PSOE inconsecuente o de la nueva izquierda se complacen en despreciar públicamente el sistema político democrático que los españoles nos dimos a nosotros mismos a través del referéndum constitucional de 1978 y que nos ha permitido el período más largo de libertad y prosperidad de la historia de la España contemporánea y cacarean que hay que reventar a la derecha, por ejemplo, sintiéndose los reyes del gallinero, sólo me cabe decirles que estoy más que seguro, segurísimo, de que ninguno de ellos hubiera aguantado con la mínima dignidad exigible a un demócrata o a un antifascista consecuente ni cinco minutos, no digo cinco días, cinco minutos en los despachos de la Brigada Político Social (la BPS de Conesa, Saiz y el diabólico Juan Antonio González Pacheco, alias «Billy el Niño»).
No olvidaré la impresión que me produjo en mayo de 1975 cruzarme en los pasillos de Carabanchel con Francisco Romero Marín, miembro del Comité Ejecutivo del PCE, combatiente en la guerrra de España, teniente coronel del ejército soviético durante la Segunda Guerra Mundial, miembro del PCUS y del KGB
Pues bien, decíamos hace un rato que uno ahora se identifica con esa mayoría silenciosa que se siente atrapada en medio del sandwich entre los vociferantes de uno y otro signo, echando de menos liderazgos que nunca volverán y echando pestes para sus adentros de la dirigencia iletrada, estúpida y mediocre que se ha hecho con las riendas del país, tanto en el gobierno como en la oposición.
Pero una vez fue -fuimos- minoría ruidosa. Que con la complicidad de aquella otra mayoría silenciosa que en 1977 y 1979 se descolgó votando mayoritariamente a la UCD de Adolfo Suárez, otro héroe de la denostada Transición, en vez de votar a los cinco magníficos, Fraga y sus compinches, que podría haberlo hecho, pero no. Adolfo Suárez, que sencillamente se jugó la vida enfrentándose a sus antiguos compañeros del Movimiento Nacional, que le llamaban traidor y que si se les hubiera ordenado, no hubieran vacilado en hacerle un traje de pino, como decían en el Oeste.
PORCIERTO que a Suárez le salvó de un destino similar al de Prim, Dato o Canalejas la amistad y el apoyo incondicional que le prestó siempre el rey Juan Carlos. ¿Lo habían pensado alguna vez? ¿Habían caído en la cuenta de que lo más eficaz para los fines de lo que llamábamos el búnker, mas que las matanzas de abogados, los asesinatos de manifestantes y los golpes de Estado, hubiera sido desvivir a Adolfo Suárez? Yo siempre. Una ráfaga de marietta y bye, bye, transición.
Juan Carlos I fue el dique de contención de las peligrosísimas tramas fascistas vinculadas a la Operación Gladio, la logia P-2 y la ultraderecha italiana. Juan Carlos fue el puente con la España negra que durante todo su mandato actuó como prometió, como rey de todos los españoles, menuda novedad, pensé cuando le escuché en las Cortes, yo me quedé de piedra y recuerdo que me dije que eso sí que era nuevo. Yo, al menos, no lo había visto nunca y no me lo esperaba. Rey de todos los españoles. En ese momento fuimos muchos los que comprendimos que, viniera de donde viniera, el nuevo jefe del Estado había roto con el franquismo. Esa frase valió por una constitución porque hasta entonces ningún español había vivido con un jefe del Estado tan suyo como de su enemigo. Rey de todos los españoles. Incluidos los chicos de HB del parlamento de Gernika, aquellos que quisieron humillarle pero el rey se comportó como un rey. Igual que su hijo en Paiporta, PORCIERTO. De todo esto también me comprometo a hablar aquí y aportar desarrollar algún enfoque nuevo. PORCIERTO que sí.
Y, decía, demostró su valor -me refiero a valor de cambio político- con el discurso que paró el 23F, cuando Milans del Bosch había sacado los tanques a la calle, todos los valencianos habían sido confinados y un tanque apuntaba al balcón de la casa de José Antonio Vidal, un destacado miembro del FRAP valenciano, gran persona y amigo, que nos contaba por teléfono como iba la cosa en Valencia a un grupo escindido de ex-miembros del Comité Central del PCE (m-l) reunidos desde poco después del golpe en la casa madrileña de Ángel López, donde permanecimos haciendo cábalas hasta que el hoy denostado emérito -denostado por los mismos que no han vivido nada, ni valoran nada, ni saben nada, ni respetan nada- apareció con su uniforme de súper-masca del Ejército, mandando callar a los civilones golpistas de Tejero el pistolero y a los tanquistas de Valencia y la Brunete. Sí, tanquistas, pipiolos criticones, con sus tanques o carros de combate, que son unas máquinas enormes que tienen cañones por los que salen obuses HE (High Explosive) que te pulverizan el salón de tu casa y te dejan sin paredes, sentado en la mesa camilla con la cara llena de polvo, como si estuvieras en una película del gordo y el flaco.
Y todos le agradecimos a Su Majestad profundamente su intervención salvadora. De viva voz, por lo bajinis o para los adentros de uno. Qué narices vienen ahora a contarnos que si es un mal hombre o si ha trincado no sé cuantos millones de un reyezuelo árabe. Pero a mí que me expliquen qué es peor, si partirse de risa con un señor que lleva una toalla en la cabeza y se empeña en regalarte 100 millones y vas y los aceptas porque no-le-robas-a-nadie, o las travesuras multimillonarias durante tantos años, desde el caso Juan Guerra hasta la Gurtel, de tantos políticos de la casta. Incluido el que inventó la casta y los crowdfunding.
Por eso, a todos aquellos que ahora, desde sus cuentas en X proclaman sus ocurrencias sobre la patria y la matria -es que da hasta vergüenza ajena sólo escribirlo-, o reventar esto y aquello por aquí y por allá, mientras organizan kalimotxos revolucionarios en las facultades y confraternizan con los líderes sindicales, muy parias y mucho parias de la tierra, sí, de acuerdo, pero que los fondos europeos de cohesión, tal, les digo que se relajen y que nos dejen un poco en paz a los españoles, que sus banderas comunistas, republicanas con el huevo frito de los grapo o a pelo, palestinas del falso genocidio, no suman. Como lo demuestra el que Sumar, el partido que iba a sumar, cada día está más cerca no ya de restar, que eso ya lo hace, sino de multiplicarse por cero, como dice Burt Simpson.
En realidad, en la España de 2025 sólo se libran de esa nueva tendencia al pasotismo los jóvenes empeñados, cosas de la edad, en demostrarse a sí mismos que son muy capaces de entregar su vida a una buena causa -o a varias-.
Y también los que de noche, en el otro lado del espectro, confunden la quietud del «dolce far niente» -¿hay acaso mayor felicidad?- inherente a su condición laboral, con el aliento de la Parca, y para sentirse vivos se ponen a hacer la revolución, y un poco el ridículo, en sus marchas de ancianos combativos. A la vejez, viruelas. Y encima les llaman yayoflautas y les gusta. PORCIERTO que en España hay una discriminación por edad, racismo de edad, ageísmo o edadismo, brutal. Lo comprobé durante mi larga e intensa estancia universitaria entre los cuarenta y los cincuenta, más vale tarde que nunca. También espero contar alguna que otra historia universitaria, siempre con ayuda de ustedes, claro está.
Por tanto, decía que sólo esos dos sectores forman hoy en días las escuadras del nuevo bolchevismo. Y de su cumplimiento a rajatabla del catálogo de posturas radicales del nuevo socialismo comunista antifascista, antitaurino y lo que haga falta, no hay quien les mueva. Y lo mismo en el otro lado, el de los idealistas que defienden la Patria y la Cruz de Borgoña. Que no es una marca de vino sino una bandera, preciosa, por cierto.
Pero es que son muchos, porque hoy en día la gente es joven desde los 14 hasta los 40 y no como cuando entonces, que eras joven de los 14 a los 21, o a los 18 si te ibas voluntario, y después ya eras un hombre y te tenías que casar. Yo mismo me casé al año y medio de acabar la mili,
Además, cada vez hay más funcionarios de ayuntamientos, diputaciones, autonomías, sindicatos, empresas públicas, organismos autónomos y ministerios. Y de ahí que cada vez haya más jubilados revolucionarios.
Y entre los nietos y los abuelos que no paran de gritar, es que no hay quien viva. Todos somos fascistas. Al poco de nacer Ciudadanos y obtener sus primeros triunfos fulgurantes me acerqué a la sede de Madrid, como queriendo reengancharme a la política. Sigo creyendo que, al margen de que Albert Rivera fuera un poco taranbana, Ciudadanos fue una espléndida oportunidad de modernización para España. No sé de quien fue la culpa de su fracaso, aunque lo sospecho. PORCIERTO que hablaremos de ello. Viene a cuento ahora decir que yo nunca escribo cosas que ya hayan abordado otros. Tengo una especie de alergia, o un prurito de novedad, de exclusividad. Porque siempre he considerado que no vale la pena abundar en asuntos que ya han descubierto o iniciado otros. En fin, veremos.
De noche, en el otro lado del espectro de edad, hay quienes confunden la quietud del «dolce far niente» -¿hay acaso mayor felicidad?- inherente a su condición laboral, con el aliento de la Parca, y se ponen a hacer la revolución, y un poco el ridículo, en sus marchas de ancianos combativos.
Pero ¿los demás? Los demás vivimos tiempos oscuros. Pero como quien escribe no se reconoce en ninguno de esos sectores y lo mismo defiende la disolución de las autonomías, como dice la ultraderecha de la derecha, que un aumento de notable a sobresaliente de los presupuestos de la sanidad pública o la radical aplicación de la ley de memoria histórica, no hay mucho peligro de encasillamiento ideológico en este PORCIERTO.
Porque sí, todos mataron en aquella crudelísima contienda y algunos cometieron crímenes horrendos, toda mi infancia estuvo atravesada por relatos como el de las barbaridades que le hicieron a aquel pobre párroco al que torearon en la plaza de un pueblo cuyo nombre prefiero no recordar. Por no hablar de la terrible historia de García Atadell, que empezó en Madrid y acabó en Tenerife.
Porque resulta que el régimen honró, y bien, a las víctimas del terror rojo durante cuarenta años y más. Que nadie dice que no lo merecieran. Las iglesias de toda España lucieron escudos falangistas y listas de hierro de los caídos por Dios y por España bien clavadas en la piedra. Y los restos de José Antonio fueron trasladados por sus devotos a hombros desde la cárcel de Alicante, donde fue ignominiosamente fusilado, sí, hasta el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Sin embargo, durante esos largos años, al enemigo ni agua. Ni bendita ni sin bendecir. Miedo, oscuridad y silencio. Pues por lo menos que sus familias recojan sus restos y los entierren dignamente y que lo pague el Estado.
Por eso me parecería bien que la línea editorial, suponiendo que este blog alcance a tener línea editorial, sea cambiante, errática, incluso incoherente. Lo consideraría una bendición. Hace muchos años, en mi época monolítica, quedé espantado tras leer un artículo de don Enrique Tierno Galván en un periódico de gran tirada, en el que defendía la incoherencia y lanzaba certeros ataques a su antónimo, la coherencia, que yo pensaba que era una virtud y resulta que no, que es una calamidad.
Porque en aquella inolvidable tribuna, Tierno llamaba la atención sobre que la coherencia era temible, mientras que la incoherencia era mucho más amable, justa y defendible. El artículo me pareció cínico, indignante, intolerable. Sin duda Tierno Galván era un oportunista sin principios. Sin embargo, el viejo profesor colocó en mi cerebro -mi mente, dicen ahora los cursis- una semilla de descreimiento e incorrección política que no ha hecho sino crecer y desarrollarse desde entonces. La coherencia, decía, ha provocado las guerras más terribles y las mayores matanzas en la historia de la Humanidad.
Y verdad es, por lo que bendigo el día en que abrí el diario aquel y me dejé infectar por las palabras y las ideas que nos regaló el catedrático, toda una vida de rebeldía.
Hace muchos años, en mi época monolítica, quedé espantado tras leer un artículo de don Enrique Tierno Galván en un periódico de gran tirada, en el que defendía la incoherencia y lanzaba certeros ataques a su antónimo, la coherencia, que yo pensaba que era una virtud.
Así las cosas, en la España actual, la de los muros contra la fachosfera y el incesante, inasequible, agotador váyase señor Sánchez, mi liberador atolondramiento político de los últimos años ya no me hace tan feliz como antes, porque el espectáculo de las actuales dirigencias, que han convertido el parlamento en un monumento al odio y en una competición de zascas vulgares, es penoso y amenaza con empeorar.
Por eso no me moverán ni la nostalgia franquista, ni el olor a sacristía de los líderes del centro derecha, ni la prepotencia sanchista o el oportunismo de ultraizquierda. No, no me moverán. Adiós a la coherencia. Adiós muy buenas. Este cuaderno de bitácora, este aspirante a volumen, sea su travesía corta o larga, lo que sí puedo asegurar es que navegará dando bandazos. Como debe ser y usted que lo vea.
Sin embargo, hete aquí que he encontrado una nueva bandera, una tarea sagrada, aleluya relativamente. Esa nueva estrella luminosa en mi horizonte es la razón de Estado. O mejor dicho, la necesidad de destruir, de acabar con la razón de Estado. Para nuestra desgracia, la razón de Estado, teorizada por Maquiavelo y Giovanni Botero como un instrumento para defender los nuevos estados italianos del siglo XVI de las injerencias de la Iglesia Católica, tan imperiosa, tan meticona, tan insidiosa durante toda la Edad Media, sigue hoy plena de vigor. O incluso peor porque hoy es una desgracia que ya no sólo se limita a la política exterior sino que afecta cada vez más a individuos, a líderes políticos díscolos, a periodistas incómodos y en realidad puede afectar a cualquier ciudadano o ciudadanas.
Antes éramos más libres, porque antes no había tantas cámaras ni tanto GPS ni, sobre todo, tanto smartphone susceptible de ser infectado, duplicado, monitoreado, hackeado, violado por algún empollón informático al servicio del Villarejo de turno.
Esa bandera de la defensa cerrada de los principios contenidos en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que es exactamente la antítesis de la razón de Estado, exige el seguimiento y la denuncia del funesto recurso que consiste en poner en marcha operaciones alegales o ilegales contra ciudadanos perfectamente inocentes de cualquier cargo, excepto el de haber sido señalados por algún miembro de las élites. Decía que antiguamente la razón de Estado era un asunto privativo de los cancilleres y embajadores. Hoy todo se ha vulgarizado y los GAL, por ejemplo, surgieron por una interpretación particular de la razón de Estado. Los fusilamientos de setiembre del 75 el ejército los ejecutó por razón de Estado. Incluso los asesinatos de policías y de aquel guardia civil, de alguna manera, fueron por alguna oscura razón de Estado. Sobre todo el del guardia civil, el teniente de Tráfico Antonio Pose, del que también hay cosas que decir, pudo ser por alguna retorcida razón de Estado.
Lo mismo que otros muchos sucesos con un peso histórico y social terrible e innegable, como el asesinato de los marqueses de Urquijo. ¿Solo o en compañía de otros? Venga, por favor, que chapuza de investigación es, o fue, esa.
A lo mejor por un quítame allá esas pajas, o por una informaciones calumniosas de cualquier chivato profesional. ¡Ah, los chivatos, nadie se acuerda nunca de los chivatos, los grandes, aunque ocultos, protagonistas de los fusilamientos casi más que los fusilados, de los encarcelamientos, las detenciones, torturas, palizas, defenestraciones, marginaciones y cancelaciones, que grandes son los chivatos! ¡y qué discretos! Aquí, en PORCIERTO, intentaré corregir esa carencia histórica.
La llamada sociedad de la información y el conocimiento se ha desarrollado de forma vertiginosa durante los últimos veinticinco años. El uso masivo de las redes sociales y, en general, el acceso cada vez más abierto a la información de carácter público, ha hecho posible la formación de una nueva y masiva conciencia democrática que ya no acepta que el poder ponga límites a la libertad de información y de expresión y persiga a personas por lo que saben. Al menos en Occidente.