ACERCA DE MÍ

Me llamo José Luis del Campo y soy el editor de este sitio dedicado a dar cuenta de mis ideas, mis pensamientos y mis recuerdos. Mis cavilaciones, algunas oportunas, otras inoportunas, como decía Bergamín, el poeta, el republicano, el español de una pieza. Este sitio hablará de mi verdad sobre algunas cosas que vi y viví. Y de las mentiras de otros.

Soy periodista de oficio, licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Babilonia (UCM oficialmente, pero si yo la llamo así será por algo) y máster en historia antigua, impartido a medias entre la FGHIS babilónica y la UAM (Universidad Autónoma de Madrid), de ahí su nombre, máster interuniversitario. En Historia y Ciencias de la Antigüedad (MIHCA).

En ambos desempeños académicos obtuve unas calificaciones excelentes y de ambas guardo una colección de apuntes brutal porque, para mí, transcribir las clases magistrales que impartían aquellas -salvo pocas excepciones- auténticas eminencias, fue una felicidad. Y además, pan comido.

Soy hijo de la generación que hizo la guerra aunque, para mi suerte, yo nací en la baja posguerra, pasada ya incluso la segunda guerra mundial. Pero sí, conocí aquella España todavía muy falangista, es decir, la España anterior al Opus Dei.

Podría catalogar a todos los miembros de mi familia extensa, padres y hermanos, primos y primas, tíos y tías, con rarísimas excepciones, como una familia tradicional castellana de hondas convicciones falangistas y patrióticas.

No a mí, yo salí rojo, así es la vida. 

Tengo ideas y tengo convicciones, que han evolucionado desde el marxismo y el republicanismo más radical, hasta hoy, en que me considero un miembro más de lo que yo llamo mayoría tranquila. En España, la mayoría tranquila está compuesta por quienes, de izquierdas o de derechas, republicanos o monárquicos, sabemos que las exageraciones -por ejemplo, resulta exagerado calificar de fascistas a todos los que no piensan como Pablo Iglesias- son una forma más de la mentira. 

Y luego he conocido y vivido todas las siguientes Españas, incluida de manera destacada, como activista, esa fase crucial de la transición entre 1972 y 1979, y como reportero, la España de los coches-bomba y los tiros en la nuca, los comandos de ultra-derecha, el crimen organizado y los GAL.

He vivido el ascenso y caída de Adolfo Suárez, el ascenso y caída de Santiago Carrillo y el PCE, el verdadero PCE. He concido a Julio Anguita, la época dorada de Felipe González y el irresistible ascenso de José María Aznar.

De mi vida profesional se puede decir que nunca obtuve premios, pero sí enemigos. Que de un periodista español es casi lo mejor que se puede decir.

Nuestra democracia tiene algunas pegas importantes, sí. Y nuestros políticos algunas carencias recurrentes que impiden, por ahora, corregirlas. Pero, aún así, España disfruta hoy de una democracia avanzada. Yo diría que si no fuera por

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Para terminar por ahora, voy a adelantaros una historia. Conocí personalmente al general Galindo, cuando era teniente coronel en la comandancia de San Sebastián. Fue en 1982, durante un viaje informativo que hicimos Germán Gallego, el gran reportero gráfico y amigo, ya fallecido, y yo, a Hendaya, para entrevistar a la nueva ejecutiva de ETA p-m. Era 1982. Los dos máximos dirigentes de aquella ETA eran Jesús ‘Txutxo» Abrisketa y Arnaldo Otegi.

A la vuelta, caminábamos a la altura del muelle de camiones de la frontera de Irún, que acabábamos de cruzar de vuelta, a eso de las once y media de la noche.

Total, que cuando quisimos darnos cuenta tres agentes, pistola en mano, nos habían quitado las mochilas y nos habían colocado de espaldas a ellos, mirando hacia los muelles de descarga. Aún recuerdo la cara de espanto del guardia jurado de los muelles, que había acudido en auxilio de la fuerza, con su negra pistola, apuntándonos tembloroso por la espalda a medio metro de nosotros. Desencajado, pálido como la muerte.

Recuerdo la orden del jefe del grupo de guardias civiles que nos detuvieron: «si se mueven, dispare». Entonces me volví. Recuerdo también unos crujidos mecánicos y a Germán diciéndome bajito «te están rompiendo las cintas». No le contesté porque para qué le iba a decir en ese momento que estaban montando las pistolas. Me pareció cruel desengañarle. Miré a mis pies, al charco de agua enlodada que tenía a mis pies y pensé que si caía ahí iba a acabar perdido, porque había llovido todo el día. Estaba extrañamente tranquilo. Amo este oficio.

De aquel incidente no se derivó por nuestra parte ni por parte de la revista para la que trabajábamos ninguna querella contra el general Galindo ni contra la Guardia Civil. Podríamos haberla presentado por varios delitos: detención ilegal, amenazas, malos tratos y apropiación indebida de documentos privados por el robo de las grabaciones e infidelidad en a custodia de documentos.

Por supuesto que si mi publicación hubiera decidido presentar querella contra la Guardia Civil, yo la hubiera secundado personalmente sin ninguna duda. Pero la revista -ya ampliaré la información sobre este suceso en otro capítulo- no lo consideró oportuno.

Quizás el ministro del Interior de entonces, Juan José Rosón, que en cuanto se enteró había intervenido para garantizar que no nos pasara nada ni a Germán ni a mí, había puesto como condición que no emprendiéramos acciones judiciales. Aunque no lo creo, la verdad, porque Rosón era un caballero y un hombre cabal y nunca se hubiera rebajado a pedir que dos ciudadanos que no éramos culpables de nada no reclamáramos una satisfacción por la violación de nuestros derechos.

Considero más probable que el periodista que entonces hacía la funciones de director de la redacción de Madrid creyera que podía obtener un beneficio personal en forma de deuda de favores o cualquier otro premio profesional.

La práctica de obtener beneficios personales a cambio de no menear asuntos en los que la Administración había cometido graves errores, incluso delitos, contra los derechos de periodistas a su cargo, por parte de algunos directivos de prensa sin escrúpulos, siempre ha estado a la orden del día y no fue aquella la última vez en que abusos de autoridad y comportamientos supuestamente delictivos por parte de miembros de la Administración se cambiaron por entrevistas exclusivas y accesos a información privilegiada 

Meses después recibí en Madrid la visita de un oficial del entonces CESID, hoy CNI, un guardia civil, naturalmente, destinado entonces en el cuartel de Intxaurrondo, que se presentó como el capitán Molina. 

El capitán Molina y yo nos tomamos un café en el Negresco de la calle Potosí, el bar que estaba enfrente de la redacción de Interviú. En aquella conversación, Molina me confirmó que aquella noche el servicio de información de la Guardia Civil, el CESID del País Vasco, o quien fuera que tuviera la oportunidad, había preparado un equipo de mecanógrafas para transcribir el contenido de mi entrevista con Jesús «Txutxo» Abrisqueta, jefe de los comandos Bereziak de ETA-pm, que posteriormente reconstruirían ETA mili a partir de los restos de ETA V Asamblea y los escindidos de la línea oficial de ETA-pm, que era la de entregar las armas y reinsertarse en la sociedad. «Las transcribimos y las subrayamos con lápices de colores», me dijo. O sea que, dicho sea de paso, me las robaron con premeditación, nocturnidad y alevosía.

Continuará.

Quiero decir que ya no encuentro ningún motivo por el cual deba seguir callando. Por ahora sólo os pido que estéis atentos.

Con este PORCIERTO queda inaugurado el primer edificio de mi nuevo ecosistema. Que Dios me ampare.

José Luis del Campo en Linkedin

En España, a 25 de noviembre de 2025

 

PORCIERTO
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