ACERCA DE MÍ

Me llamo José Luis del Campo. Soy español y periodista. Trabajo como freelance y he invertido entre tarde y tarde los últimos años veinte años de mi vida en lo que yo llamo labores informativas pasivas (estudio, documentación, archivo y sobre todo análisis) porque, como nadie te las paga, incrementan tu pasivo. Consecuentemente he decidido que ya es hora de volver a la vida.

A lo largo de las próximas semanas levantaré un stack tecnológico eficaz de recopilación, análisis, producción, publicación y generación de ingresos. Porque esto es un trabajo, trabajar sin cobrar es de esclavos y yo no soy un esclavo, soy un trabajador. Informaré en directo y en abierto sobre los pasos de ese proceso y las iniciativas de crowdfunding para afrontar los gastos en cada momento. Os tendré al tanto. 

Regreso, no engaño a nadie, para resolver antiguos crímenes, históricos o simplemente periodísticos, ya sea porque fueron mal contados o mal juzgados. No por mí, por supuesto. Sin duda, este será uno de los temas preferidos de PORCIERTO, ya digo que yo no miento.

En cierto modo, el periodismo es un sacerdocio, decía un maestro amigodioso recientemente fallecido. Añado yo, que también lo creo, que estamos consagrados a Veritas, la que no tiene templos, la difícil de ver porque habita en un pozo profundo y oscuro y sólo podemos llegar a vislumbrarla, pero nunca contemplarla a plena luz del día. Lo que único que podemos hacer como mortales los miembros de este sagrado culto gremial es ser diligentes en la conservación de la liturgia y en la exactitud de los ritos. Desde la convicción de que la verdad no es tuya ni mía, sino suya. A nosotros nos queda actuar siempre con veracidad respetar las normas del oficio que se mantienen invariables desde que el mundo es mundo y que, en realidad, se reducen a ser honrados y hablar alto y claro, respetando. El periodismo es decir, no maldecir. No gritar, pero decir, no callar.

No sé quien es el patrón católico de los periodistas y no me importa mucho personalmente. Abandoné formalmente la religión mayoritaria en España hace muchos años, carta pública de apostasía incluida. Y no me adscribí a ninguna otra. Aunque siento el respeto justo por las creencias de cada cual y, en España, para mí, ese respeto se debe traducir en cierto nivel de atención sobre diferentes aspectos la iglesia católica española. Sobre todo algunos aspectos culturales y políticos, como su vinculación histórica con el anterior régimen, su papel como correa de trasmisión o como congelador cultural, según se vea.

Algunos elementos del monotema histórico y político de España últimamente, o sea, Franco y la religión, apenas son conocidos todavía y tienen bastante interés. Por ejemplo ¿sabías que, si cumplías determinadas circunstancias, el franquismo te obligaba a renunciar a la religión? Quiero decir, había un trámite burocrático preciso para ese fin, el de obligarte a dejar de ser católico si al gobierno le parecía oportuno. ¿Curioso, verdad? A mí aún me impresiona cuando me acuerdo porque un buen día, a los 14 años, dejé de creer. Así, casi de golpe. Durante la misa dominical, por cierto. Fue una especie de epifanía agnóstica que ya no tuvo vuelta atrás.

Por tanto, hablaremos de la Iglesia, hablaremos del gobierno y de la dictadura, que la mayoría de vosotros no conocisteis. Yo sí. La conocí, la viví y la sufrí. Nunca la disfruté. Os contaré cosas que o nadie sabe o nadie recuerda. De la guerra civil, otro tema inagotable, hablaré de los enfrentamientos entre facciones de un mismo bando. Pequeñas guerras civiles dentro de la guerra civil. En cierto modo, como lo de la guardia civil, un estado dentro del estado, según dij su actual directora general.

Qué temas más áridos, más aburridos ¿verdad?. Habrá que darle un toque de gracia al asunto. Pero la temática no va a mejorar, vamos a seguir ahí y que nadie, ni en Ferraz, ni en Génova, ni en la Generalitat, esperen nada bueno de PORCIERTO, así lo digo.

Jean-Pierre Vernant, gran amigo mío post mortem, quiero decir que, cuando le conocí, él ya había muerto y por lo tanto aún no lo sabe, creía que el estudio de la antigüedad para analizar bien la actualidad. El fundador del estructuralismo en historiografía, el líder de la Resistencia francesa, el periodista, el judío franco-argelino, PORCIERTO, decía algo así como que en nuestro mundo, en nuestro continuo espacio-temporal, actúan corrientes culturales subterráneas que nos conectan directamente con la más remota antigüedad. Lo creo firmemente. Lo creo cuando veo algunas fiestas populares de los pueblos, cuyo origen no viene del día en que algún obispo las consagró a tal o cual virgen sino que, probablemente, sino que hay que buscarlo cientos o miles de años antes. Pero esas corrientes culturales afloran también en los comportamientos cotidianos tanto de nosotros, la plebe, como de nuestros gobernantes. Por ejemplo en relación con la corrupción política y las formas de administración que aprendimos de los romanos. 

Soy licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Babilonia (UCM, en realidad, pero yo la llamo así por algo) y tengo un máster que al parecer es de los pocos que se salvan en en el campo de las Humanidades. Se trata del Máster en Historia Antigua y Ciencias de la Antigüedad, impartido por la FGHIS babilónica y su correspondiente en la Comunidad de Madrid. En ambos desempeños obtuve unas calificaciones excelentes en mi opinión y tengo una colección de apuntes brutal porque, para mí, transcribir las clases magistrales que impartían auténticas eminencias, era pan comido.

Dicho esto y ya casi termino, de mi vida profesional se puede decir que nunca obtuve premios, pero sí enemigos. Que para un periodista español es casi mejor. 

Confieso que algunos fantasmas no me dejan dormir. Pero no me refiero a fantasmas en plan holografías transparentes de aspecto sobrenatural, ni presencias incorpóreas que vuelven del pasado y se hacen visibles. No son hijos de ningún sentimiento de culpa -estaría bueno- ni de mi imaginación en ningún sentido. No, de eso nada, son señores de carne y hueso -y alguna señora-. Yo les llamo así, fantasmas, porque en el fondo es lo que son, unos fantasmas, unos villarejos cualquiera, siempre ahí dale que te pego, tocando las narices. Nuestra democracia tiene algunas pegas importantes, sí. Y nuestros políticos algunas carencias que impiden, por ahora, corregirlas.

Y ya termino. ¿Saben una cosa? Conocí personalmente al general Galindo, cuando era teniente coronel la comandancia de San Sebastián. Fue en 1982, durante un viaje informativo que hicimos Germán Gallego, el gran reportero gráfico y amigo, y yo, a Hendaya. Germán y yo estábamos en el muelle de camiones de la frontera de Irún, que acabábamos de cruzar de vuelta, a eso de las once y media de la noche. Total, que cuando quisimos darnos tres agentes, pistola en mano, nos habían quitado las mochilas y nos habían colocado de espaldas a ellos, mirando hacia los muelles de descarga. Aún recuerdo la cara de espanto del guardia jurado de los muelles, que había acudido en auxilio de la fuerza, con su negra pistola, apuntándonos tembloroso por la espalda a medio metro de nosotros. Desencajado, pálido como la muerte. Recuerdo la orden del jefe del grupo de guardias civiles que nos detuvieron: «si se mueven, dispare», por eso me volví. Recuerdo también unos crujidos mecánicos y a Germán diciéndome bajito «te están rompiendo las cintas». No le contesté porque para qué le iba a decir en ese momento que estaban montando las pistolas. Me pareció cruel desengañarle. Miré a mis pies, al charco de agua enlodada que tenía a mis pies y pensé que si caía ahí iba a acabar perdido, porque había llovido todo el día. Estaba extrañamente tranquilo. Amo este oficio.

Y hasta aquí hemos llegado hoy, amigos. Por ahora sólo os pido que estéis atentos. Con este PORCIERTO queda inaugurado el primer edificio del stack tecnológico que formará mi ecosistema a partir de ahora. Stay in touch. Cuento con vosotros.

 

Madrid, 25 de Noviembre de 2025

José Luis del Campo