Pegaso, 1967. La primera huelga en Madrid

En enero de 1967, las comisiones obreras de Madrid convocaron huelga del sector del metal en la provincia. Días antes, la policía había detenido a varios trabajadores durante la llamada «Marcha de Madrid» y por ello la primera huelga desde la guerra civil -con excepción de la huelga de tranvías de 1956- tuvo un carácter reivindicativo sindical pero también un carácter político con la exigencia de la liberación de los detenidos.

La convocatoria fue un rotundo éxito que inauguró la época de las manifestaciones de masas a las que la gente, sobre todo los jóvenes, acudía a pesar de que todo el mundo sabía que el riesgo de que la policía disparara a los manifestantes era un riesgo real y, además. nadie les pediría cuentas. 1967 fue el principio de la aparición en la capital de España de organizaciones obreras muy activas y con mucha confianza en sus fuerzas. En ese año tuvieron lugar también en Madrid los primeros disturbios importantes en la universidad.

En nuestro grupo de amigos desde los 9-10 años había un chaval que destacaba sobre todos nosotros. Era el más estudioso, siempre sacaba el número 1 de la clase, era el que mejor jugaba al fútbol, el mejor vestido, pero, sobre todo, era el más inteligente. Se lo sabía todo. Con los años nos acostumbramos a preguntarle todo a él y cuando había alguna discusión o alguna disputa, su palabra era la ley. Siempre hablaba tranquilo, nunca enfadado. Su padre era un obrero fresador, propietario de un taller de fresado. Un día a mediodía, durante el primer curso, estábamos hablando varios a la puerta del colegio y no recuerdo cómo la conversación derivó a temas políticos. Me parece increíble hoy que unos críos de apenas 9 años habláramos de política, no lo entiendo. Pero sí recuerdo muy bien que, de pronto, Mariano T. nos dijo

– Mi padre dice que la mejor forma de gobierno es el comunismo.

Nadie se atrevió a contradecirle. Si lo decía no T., sino el padre de T., Era verdad sin remedio. Creo que la conversación siguió en esos términos unos minutos. No le dimos más importancia.

Unos años después, aquel mediodía de 1967, mis amigos y yo, prácticamente el mismo grupo de siempre, estábamos en la plaza de Quintana y recuerdo que faltaban unos minutos para las tres de la tarde cuando escuchamos una especie de aullido colectivo de cientos de gargantas que hacían el efecto de un enorme órgano. Aquel sonido salía del tramo de la actual calle de Alcalá que sigue hasta Pueblo Nuevo y Ciudad Lineal, que entonces aún se llamaba carretera de Aragón o, quizás ya, calle Aragón.

A medida que los obreros se iban acercando, empezamos a entender lo que gritaban: El principal era «convenio sí» y otros eslóganes. Nos preguntábamos quienes eran los que bajaban hacia Quintana y quizás querrían cortar la calle. De pronto aparecieron como cinco o seis personas, vestidas con monos azules y se detuvieron al entrar en la plaza. no me perdía ojo. Sonaron como unas explosiones y por fin apareció el grueso de la manifestación, que siguió bajando la calle a buen paso mirando hacia atrás de vez en cuando.

Me llamó mucho la atención porque fue la primera manifestación que contemplaba, que quienes la integraban llevaban todos ropa muy parecida, en tonos oscuros. Ropa de trabajo. Casi todos llevaban mono o pantalones de trabajo. Me parecieron extraños. Habría unos 500 hombres. Algunos miraban hacia atrás de vez en cuando. Me gusta recordar aquella época de incorporación al mundo de los mayores

Había comenzado la época de las masivas manifestaciones que convocaban el PCE de Santiago Carrillo y años más tarde las organizaciones encuadradas en la Coordinadora Democrática, la «Platajunta», que era la suma de la Plataforma de Organizaciones Democráticas del PSOE y las decenas de grupos de la extrema izquierda partidaria de la vía rupturista devaluada y la Junta Democrática, fruto de la alianza del citado PCE, la organización que dominaba la calle en toda España y personalidades independientes pero con mucha representatividad, como Rafael Calvo Serer, filósofo, ideólogo, miembro destacado del Opus Dei, Antonio García-Trevijano, el primer impulsor de la histórica alianza, coordinador, redactor de su manifiesto fundacional y firme partidario de la ruptura democrática con el franquismo.

García Trevijano fue una figura intelectual y política inmensa que defendió la república democrática hasta el fin de sus días. Enrique Tierno Galván, doctor en Derecho y en Filosofía y Letras, catedrático, fundador del Partido Socialista Popular (PSP) o Partido Socialista del Interior, como se llamó brevemente, tras una entrevista en Francia con el secretario general del Partido Socialista Obrero Español (histórico) de la cual salió muy decepcionado. Tierno Galván fue otra de las enormes figuras intelectuales y políticas de aquella categoría de políticos e intelectuales que se incorporó a la Junta Democrática junto con el PSP.

La Junta Democrática fue la plasmación práctica de la alianza entre la clase obrera (CCOO, el sindicato obrero realmente existente entonces) y los intelectuales que preconizó el PCE tras la denuncia del estalinismo durante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en 1956 y que para los comunistas españoles se tradujo en la adopción de la política de Reconciliación Nacional. Hay que decir que Santiago Carrillo tuvo el enorme mérito de haber elaborado y defendido esa política en 1954, al año siguiente de la muerte de Stalin, pero dos años antes del XX Congreso del PCUS, donde Nikita Jruschev presentó su famoso «informe secreto», que consistió en una dura y extensa denuncia de la dictadura estalinista.

Cuento todo esto -lo de la manifestación de 1967, las luchas obreras y estudiantiles, la formación de las plataformas unitarias- para recordarle a algunos críticos del actual régimen que lo que ellos llaman peyorativamente «el régimen de la Transición» no nació de una divertida confabulación de estudiantes en el bar de la facultad, sino que fue el fruto de más de dos décadas de acción política continuada, arriesgada y clandestina de grandísimas figuras de la intelectualidad, de la clase obrera -mi recuerdo a Marcelino Camacho, sindicalista, más de veinte años de cárcel-, pero también del comunismo histórico más ortodoxo. No olvidaré la impresión que me produjo en mayo de 1975 cruzarme en los pasillos de Carabanchel con Francisco Romero Marín, miembro del Comité Ejecutivo del PCE, combatiente en la guerrra de España que al final de la guerra se refugió en Rusia y allí luchó contra el ejército nazi hasta llegar a teniente coronel del ejército soviético durante la II Guerra Mundial. A ese miembro del PCUS y del KGB, comunista sólido, que salía de su celda con su mazo de libros, camino de la biblioteca de la cárcel, habría que reconocerle algún mérito y no colgarle el sambenito de que toda su lucha no había tenido ninguna influencia en la construcción de la monarquía democrática. Años de guerra, años de cárcel malgastados porque la democracia vino de la mano de Juan Carlos I, la CIA y cuatro figurones más. O Luis Lucio Lobato, Federico Melchor, Eugenio Triana, ingeniero industrial y miembro del Comité Ejecutivo, preso político asimismo. Y quienes quedaron por el camino, como Julián Grimau, fusilado en 1963 o Enrique Ruano, asesinado en la DGS.

Junto a estas notorias personalidades de la oposición antifranquista de los años sesenta y setenta pelearon y sufrieron en la calle, en las universidades y en las cárceles -y lo que es peor, en los calabozos de la siniestra Dirección General de Seguridad (DGS) de la Puerta del Sol- decenas de miles de luchadoras y luchadores anónimos, que acabaron llenando no sólo el Centro de Detención de Carabanchel o Yeserías, sino muchas otras prisiones en España.

Cuando pasados ya cuarenta y ocho años de la celebración de las primeras elecciones y cuarenta y siete de la aprobación de la Constitución que consolidó la victoria del pueblo sobre el franquismo, el cuñadismo del PSOE inconsecuente o de la nueva izquierda se complacen en despreciar públicamente el sistema político democrático que los españoles nos dimos a nosotros mismos a través del referéndum constitucional de 1978 y que nos ha permitido el período más largo de libertad y prosperidad de la historia de la España contemporánea y cacarean que hay que reventar a la derecha, por ejemplo, sintiéndose los reyes del gallinero, sólo cabe exigirles un poco de respeto hacia quienes se enfrentaron a un enemigo cruel y despiadado y que ser pregunten si ellos hubieran aguantado con la mínima dignidad cinco minutos, no digo cinco días, cinco minutos, en los despachos de la Brigada Político Social (la BPS de Conesa, Saiz y el diabólico Juan Antonio González Pacheco, alias «Billy el Niño»).

Madrid, 9 de noviembre de 2025


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